Siempre que me preguntan de qué va Sirio Sanguino, no sé qué responder y es un problema enorme, lo reconozco, porque me siento imbécil. Es como si alguien te preguntara de qué va tu vida. ¿Tú sabrías explicar a los demás o siquiera a ti mismo de qué va? Es cierto que solo lo sabrás cuando la vida dé por terminada su paso por tu cuerpo y eso con suerte. Si me aceptas el ejemplo, bien me puedes responder que yo como autor he cerrado la novela y, en consecuencia, debería saber de qué trata la historia de Sirio.
A ver, lo intento: En un principio parece que trata de cómo Sirio a sus siete años vive la muerte de su padre, de cómo le afecta que su madre lo abandone con sus tíos en una labranza aislada en mitad de los enormes campos de trigo y olivos de la Jara, de lo mal que lleva saber que su madre trabaja de ama con el cura de Santa Ana, un pueblecito vecino y de las enseñanzas hercúleas que la abuela María, una maestra republicana repudiada por el franquismo, intenta imprimir en el alma de su nieto.
Pero, no, la novela no se dirigía en esta dirección, lo vi cuando Sirio empezó a construirse como adulto. Abandonó la escuela enamorado de la tierra, las labores del campo, del dinero, de la vida de los marqueses, de Esther, su hija; se volvió ambicioso, sí, pero tenía un sentido todo lo hacía y todo lo hacía por Esther, pero en una dirección que no siempre quienes se enamoran de nosotros hacen. Que es enfrentarnos a nuestros deseos más íntimos, a nuestros sueños y Sirio a Esther se los hacía realidad. Nadie conoció a Esther mejor que Sirio, ni sus padres y diría que incluso ella misma, porque nadie me negará que casi siempre nosotros o nuestros miedos son nuestros mayores obstáculos. Sirio no podía ayudarla en mucho, pero la obligaba a enfrentarlos. Los sparring que han leído la novela me han comentado que Sirio nunca se enamora de Esther, que está hipnotizado por su status social y que no muestra ninguna empatía con nadie, ni con su primera novia Valentina, ni con sus tíos que lo acogieron como a un hijo, ni con Termo, un podenco de pelo blanco y morro encarnado. Vamos, algunos creen que Sirio es un personaje oscuro, malicioso, sucio e injusto con todos aquellos que le han mostrado un cierto afecto. Yo no estoy de acuerdo, pero me encanta que me lo digan. Sí, puede que Sirio sea un Hdp pero tiene sus razones y actúa respecto a su moralidad. “Aquí cada perro se lame su polla” es su filosofía desde los siete años. Sirio no se fía de nadie. Bueno, sí, de Lito, el gitanillo con el que forja una amistad de hermano. Esta es la parte de la novela donde las risas y sonrisas se adueñarán del lector. La presencia de Lito fue un bombazo tan clamoroso que me costó dios y ayuda para rebajarlo y que no se comiera el protagonismo de Sirio. Aun así, reconozco que Sirio es un personaje con el que es difícil identificarse porque no siempre actúa como se espera. En este aspecto tiene más de pícaro que de político y también es verdad que también tiene muy mala sangre.
Cuando todas sus expectativas saltan por los aires, cuando el suelo desaparece debajo de sus pies, vamos, cuando ha recibido más palos que una pelota de béisbol; es el momento en el que debe enfrentarse a su destino. Un destino que se vislumbra como se vislumbra la savia que aportan las raíces a las hojas de los árboles o lo que es lo mismo, Sirio conocerá, a su pesar, las raíces de dónde viene, la raíces que anclan en uno mismo para elevarse como persona y justo de eso trata la historia. No fue fácil llegar hasta allí. La escritura resultó sinuosa, como el nacimiento del Amazonas en el borrador y las primeras versiones, pero ancha y profunda, como un mar, en la desembocadura de la versión definitiva. Poético estoy.
Sirio no necesitará alcanzar la muerte para conocer de qué va su vida. Sirio conocerá sus raíces, la savia que sube hasta el paladar, la savia que te dice quién eres y solo sabiéndolo podrá volver de nuevo a pisar suelo firme, el suelo que se lleva en la sangre y que nos afirme en la identidad sobre la cual nos moldeamos. Sirio es de los afortunados que saben de dónde vienen y conocen sus consecuencias por haberlas obviado. Tiene 23 años, una buena edad para conciliarse aún consigo mismo.
Si hay un capítulo que recordarás pasados los años y pasadas cientos de novelas o películas; es la escena del reencuentro, la anagnórisis postrera, entre Sirio y su madre. No creo que haya un diálogo tan profundo en la literatura hispana de los últimos 50 años como esta conversación. Aquí la novela estalla como si hubiera entrado un rayo en un polvorín. Ya sé que no debería ser yo quien valorara ni la escena ni la obra como lo estoy haciendo, pero no pienso caer en la falsa modestia cuando estoy orgulloso de mi trabajo.
Digo más, los últimos 15 capítulos me suenan al crescendo de El Bolero de Ravel. Cada capítulo va sumando y tensado la acción. Una acción que es sorpresiva, pero a la vez evidente porque no podía producirse de ningún otro modo. Imagínate todas las cartas boca arriba y sorprendiéndote con lo inesperado y sin hacer trampas. Esa fue mi apuesta y lo seguirá siendo hasta que termines la lectura y puedas valorar si es justa y acertada.